Acto de investidura
Doctor Honoris Causa
Simón Marchán Fiz
Paraninfo de la Universidad de Valladolid
23 | 03 | 2017
12:00h
Discursos del evento
Laudatio | Darío Álvarez Álvarez
LAUDATIO SIMÓN MARCHÁN FIZ
Darío Álvarez Álvarez
Sr. Rector Magnifico de la Universidad de Valladolid, ilustrísimas autoridades, miembros del claustro universitario, queridos alumnos, compañeros y amigos, señoras y señores:
La Escuela de Arquitectura de Valladolid cumplirá en 2018 cincuenta años de existencia, y cuenta con dos Doctores Honoris Causa: el arquitecto español Antonio Fernández Alba, investido en 1993, y el urbanista italiano Giuseppe Campos Venuti, en 1995; corta lista a la que se añade ahora el teórico y crítico del arte y de la arquitectura Simón Marchán Fiz.
Como Director de la Escuela, es para mi un inmenso honor y una gran responsabilidad actuar de padrino del profesor Marchán Fiz, para el que pediré que se le añada a la larga lista de los ilustres personajes que han sido nombrados por causa de honor en esta ocho veces centenaria Universidad de Valladolid.
Y todo desde la propuesta realizada por el Departamento de Teoría de la Arquitectura y Proyectos Arquitectónicos, avalada de manera unánime y entusiasta por la Junta de Centro de la Escuela de Arquitectura.
Honrar con el título de Doctor Honoris Causa al profesor Marchán Fiz es honrar a la Universidad, reafirmando nuestro compromiso con el pensamiento universal, con el saber amplio y sin barreras que él representa, apostando por la reflexión continuada como único mecanismo para la generación de conocimiento, tan necesario en estos días.
Y es también honrar a la Arquitectura, en un momento en que una sociedad ingrata e inculta parece haberle dado la espalda a esta disciplina sin caer en la cuenta de que sin Arquitectura no existiría la sociedad.
Este acto es para mi un privilegio y, en cierto sentido, el cumplimiento de una deuda pendiente con el profesor Marchán Fiz desde que siendo yo alumno de Doctorado se interesó por mi primer trabajo de investigación, titulado “La Arquitectura de la Roca”, que se adentraba, siguiendo sus estimulantes lecciones, en cuestiones tan apasionantes como la estética del paisaje y la condición de lo sublime en los albores de la modernidad, y que, visto con el paso del tiempo, han forjado mi pensamiento como arquitecto, docente e investigador.
No cabe sino hablar de su gran espíritu universitario, que impregna todo lo que hace, su gran sed científica y su profundo interés por los acontecimientos y las cosas; como él mismo afirma: “me enorgullece mi condición de profesor universitario y cultivar una universalidad que para nada está reñida con lo particular”.
Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid, en donde se doctoró con la tesis titulada Análisis fenomenológico de la pintura moderna, tras haber ampliado estudios sobre Estética e Historia del Arte Moderno y Contemporáneo en las Universidades de Colonia y Bonn.
Comenzó su dilatada carrera universitaria como profesor de Estética, Arte Contemporáneo y Teoría de las Artes en las Facultades de Filosofía y de Geografía e Historia en la Universidad Complutense, y más tarde de Estética y Composición en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid, una asignatura producto de un híbrido: la Estética, procedente del llamado Plan Pidal (1845) y la tradición de la Institución Libre de Enseñanza en las Facultades de Filosofía, y la Composición, heredera de la homónima Composición de Edificios desde los programas en la Real Academia de Bellas Artes de San Jorge de Barcelona (1850) y después en la Escuela de Arquitectura de Madrid.
En 1978 consiguió la Cátedra de Estética y Composición en la Escuela de Arquitectura de Las Palmas, en la que permaneció hasta 1980 y de la que fue Director. Y en 1980 obtuvo la Cátedra de Estética y Composición en la Escuela de Arquitectura de Valladolid, a la que estuvo vinculado hasta 1986.
Su paso por nuestra Escuela fue providencial, aportando un conocimiento profundo de las teorías estéticas y un latir de la cultura arquitectónica, desde alguien que, sin ser arquitecto, era un apasionado de la arquitectura y sabía transmitir, como nadie, esa pasión. No creo equivocarme al afirmar que nuestra Escuela no sería la que es hoy sin la impronta dejada por Simón Marchán Fiz.
Fue Director de la Escuela desde el 1 de octubre de 1984 hasta el 30 de mayo de 1986, siendo el primero elegido democráticamente por la Junta de Centro, sucediendo en el cargo a José Vivancos Andrés, del que guarda un grato recuerdo.
Durante su mandato, ayudado por su buena relación con el rector Fernando Tejerina, que hoy nos honra con su presencia, la Escuela comenzó a crecer y a consolidarse, marcando un rumbo que continuarían los directores que le sucedieron, Juan Carlos Arnuncio Pastor, Ramón Rodríguez Llera, Alfonso Álvarez Mora, Carlos Montes Serrano, Leopoldo Uría Iglesias y Jesús Feijó Muñoz, algunos de los cuales nos acompañan en este acto.
En 1980 impulsó la creación del Departamento de Teoría e Historia de la Arquitectura y más tarde del Departamento de Teoría de la Arquitectura y Proyectos Arquitectónicos, constituido el 18 febrero de 1986, siendo su primer director y yo, un joven profesor recién incorporado, el primer secretario; un departamento que une las áreas de Composición Arquitectónica y Proyectos Arquitectónicos y que se ha mantenido sin modificaciones en estos 31 años. Mérito del profesor Marchán Fiz y los que le sucedieron en el cargo.
De su estancia en Valladolid cabe destacar la lección inaugural del curso 1981-82 dictada en este mismo Paraninfo con el título “La condición posmoderna de la arquitectura”, que comenzaba llamando la atención sobre la presencia de la Escuela de Arquitectura en la Universidad de Valladolid y la necesidad de comprensión y apoyo hacia ella, la misma que yo me atrevo a reclamar en este momento. Un discurso de una gran lucidez y altura intelectual, como pocos se han escuchado entre estos muros, que arrojaba luz sobre un momento en el que la arquitectura se alejaba de los dictados del funcionalismo simplista al que había sido reducido el Movimiento Moderno para adentrarse en una revisión formalista de la Historia.
Aun resuenan los ecos de las reinvenciones lingüísticas de Aldo Rossi, el monumentalismo urbano de los hermanos Krier o la cínica presencia del pasado en la Strada Novissima de la Bienal de Venecia de 1980, ejemplos que nos deslumbraban por su fuerte carga figurativa frente al riguroso despojamiento a que había conducido la modernidad.
“Nostalgia de un orden perdido”, así definía Simón Marchán Fiz la añoranza que enarbolaba aquella posmodernidad y que los alumnos de entonces identificábamos con las libertades formales o las ensoñadoras imágenes de aeroplanos y globos aerostáticos que ilustraban aquellos proyectos y que nosotros repetíamos como un credo gráfico.
De su mano y de la de otro ilustre catedrático de Proyectos Arquitectónicos, José Ignacio Linazasoro, se pusieron en marcha en 1983 los Cursos de Doctorado, dando inicio a una larga trayectoria investigadora en la Escuela con resultados muy fructíferos en forma de tesis doctorales.
Inició también ciclos de conferencias, trayendo a primeras figuras de la escena arquitectónica, fijando unas pautas de calidad y de nivel intelectual en la Escuela, y sentó las bases de la revista del departamento, Anales de Arquitectura, que yo tuve ocasión de codirigir.
Viajero infatigable nos inició en la cultura del viaje como herramienta imprescindible para el conocimiento y disfrute de la arquitectura.
Guarda buena memoria de profesores que, como él, venían de fuera y pasaron por la Escuela en aquella época, ayudando a su consolidación: Manuel Trillo, tristemente fallecido, el ya citado José Ignacio Linazasoro, Luis Moya, José Luis de Miguel o José María Ezquiaga, por citar solo algunos; forman parte de lo que alguien llama el “clan” de Valladolid.
Mención especial merece su estrecha colaboración con el Ayuntamiento y el Colegio de Arquitectos de Valladolid, así como la Junta de Castilla y León, con producciones de referencia como la Cartografía de Valladolid.
En 1986 obtuvo la Cátedra de Estética en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, en donde ha desarrollado una amplia labor docente e investigadora hasta fecha reciente, incluido un periodo de cuatro años como Catedrático Emérito.
Su marcha a Madrid nos dejó un poco huérfanos, aunque impregnados de su sentido universitario y de su visión crítica de la arquitectura; su labor fue continuada por los profesores que él había formado y por los que, de una manera emergente, y procedentes casi de una misma generación, apostábamos por un modelo nuevo de Escuela que había de venir y que, hoy, tres décadas después, es ya una palpable realidad.
Pero el profesor Marchán Fiz nunca se fue del todo: siempre ha llevado a la Escuela de Valladolid en el corazón y ha sido su mejor representante, loando su rigor y sus excelencias en los foros en los que ha tenido oportunidad, como yo mismo he podido comprobar en reiteradas ocasiones.
Y siempre que se lo hemos pedido ha vuelto a la Escuela, con la extraordinaria generosidad que le caracteriza.
Las ocasiones han sido variadas y muy gratas, pero yo destacaría la conferencia Ex Oriente Lux impartida a dos voces con el arquitecto y artista Juan Navarro Baldeweg dentro del curso Visiones de la Arquitectura Japonesa que dirigí en 2011 con el profesor Rodríguez Llera: les invito a ver los vídeos en la web del Centro Buendía. Si la conferencia dual fue de gran nivel no lo fue menos la inteligente conversación que siguió durante la comida y de la que guardo un bello recuerdo.
Tribunales de tesis doctorales (incluida, por cierto, la mía), cursos, conferencias, presentaciones de libros, hasta la conferencia inaugural del presente curso académico: cada regreso suyo a la Escuela ha aportado un soplo de aire fresco, renovado, algo que siempre nos ha sorprendido en él, por quien los años parecen no pasar en absoluto, producto (estoy plenamente seguro) de un pacto nunca confesado con alguna secreta deidad.
Se ha distinguido por su especialización en la cultura y en el pensamiento estético alemán, en donde se han fraguado gran parte de las ideas y de los movimientos más importantes en arte y en arquitectura. Por su extraordinaria labor en la difusión de la cultura alemana, incluyendo la realización de cursos y el comisariado de exposiciones, fue condecorado en 2002 con la alta distinción de la “Cruz de Oficial de la Orden del Mérito de la República Federal de Alemania. Primera clase”, concedida por el gobierno alemán.
Su ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en la Sección de Arquitectura, marcó un hito importante en su carrera, añadiendo valor intelectual a una institución varias veces centenaria. Su discurso de ingreso, pronunciado el 25 de noviembre de 2007 con el título “Las querellas modernas y la extensión del arte”, giró en torno a un tema del que siempre resulta un placer oírle hablar, las “querelles” entre antiguos y modernos que compone el inicio del debate de la modernidad y que él trasladaba a los momentos más conspicuos del siglo XX. Su ingreso en la Academia era, parafraseando a Martin Scorsese, el ingreso de “uno de los nuestros”, y los profesores de la Escuela que tuvimos la suerte de presenciarlo lo vivimos con una gran satisfacción, y una cierta envidia por parte del resto de los asistentes.
Hablar de sus publicaciones es revisar una parte importante de la crítica contemporánea de arte y arquitectura:
Del arte objetual al arte de concepto: Las artes plásticas desde 1960, publicada originalmente en 1972 ha tenido innumerables revisiones y reediciones, y sigue siendo en la actualidad un libro fundamental que disecciona el pensamiento y los acontecimientos artísticos de las últimas décadas del siglo XX.
La arquitectura del siglo XX (1974), una cuidada selección de textos de referencia en el pensamiento artístico y arquitectónico, un libro al que hay que volver continuamente para descifrar claves imprescindibles.
La estética en la cultura moderna (1982) es una de sus grandes aportaciones a la construcción de un pensamiento moderno, una elevada reflexión sobre el inicio del conocimiento en la primera modernidad, un libro de referencia absoluta para todo aquel que quiera iniciarse en el pensamiento estético.
Los alumnos de su asignatura de doctorado “Arquitecturas pintadas / Arquitecturas proyectadas”, en el curso 1984-85, tuvimos la suerte de asistir a una experiencia única que he rememorado tantas veces en mi carrera docente, el nacimiento a través de sus clases semanales de un libro tan bello como imprescindible, que vería la luz en 1987, Contaminaciones figurativas: Imágenes de la arquitectura y la ciudad como figuras de lo moderno, todo un manifiesto de las relaciones entre la pintura y la arquitectura en el siglo XX, recuperando la figuración como parte imprescindible de la modernidad. Aun recuerdo la profunda impresión que me produjeron sus reflexiones sobre las crudas escenas urbanas berlinesas de George Grosz o las poéticas arquitecturas metafísicas de Giorgio de Chirico.
Mención aparte merecen los dos volúmenes escritos para la celebérrima Historia del Arte de Espasa Calpe: Fin de siglo y los primeros ismos (1890-1917) y Las vanguardias históricas y sus sombras (1917-1930), en los que retrata, de una manera inteligente y erudita, el nacimiento de las vanguardias artísticas del siglo XX, con una visión novedosa, como solo puede hacer un investigador con años de experiencia, y una mirada siempre fresca, inquieta y cargada con un punto de perplejidad, inigualable en el panorama nacional e internacional.
En La metáfora del cristal en las artes y la arquitectura (2008) volvió a uno de sus temas favoritos, el expresionismo alemán como laboratorio de experimentación formal y espacial.
La disolución del clasicismo y la construcción de lo moderno (2010) resume décadas de su trayectoria intelectual a través de una selección de ensayos de extraordinaria calidad que, en sus propias palabras, “exploran capas de una arqueología de lo moderno a partir de los conocimientos históricos y los saberes estéticos”.
Enumerar la larga lista de artículos o publicaciones colectivas así como las invitaciones nacionales e internacionales para impartir cursos y conferencias sería poco menos que imposible.
Sus importantes aportaciones a la Arquitectura le han valido numerosos reconocimientos y distinciones, como su investidura en 2013 como Doctor Honoris Causa por la Universidade Tecnica de Lisboa a propuesta de la Faculdade de Arquitectura; recientemente, junto con otras prestigiosas personalidades, acaba de ser nombrado Colegiado de Honor del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, lo que representa una alta distinción.
En su condición de máximo especialista en arte moderno y contemporáneo ha tenido un papel relevante en la creación de importantes colecciones, siendo miembro del Patronato del Museo Español de Arte Contemporáneo de Madrid, de la Comisión Internacional para la Fundación del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, y, posteriormente, miembro y vicepresidente del Patronato de tan prestigioso museo; ha sido así mismo miembro del Patronato del Centro Galego de Arte Contemporáneo de Santiago de Compostela, de la Fundación Telefónica, así como de la Comisión Asesora de Arte en la Colección de Arte Español Contemporáneo.
Especial significación para Valladolid tiene su pertenencia al Comité Asesor del Patio Herreriano. Museo de Arte Contemporáneo Español, ayudando a la creación de un hito singular en la cultura artística contemporánea que la ciudad y sus responsables deben esmerarse en mantener y mimar como uno de sus máximos valores culturales.
A punto de concluir, presiento que este modesto discurso resulta insuficiente para glosar en toda su extensión y calidad la figura del profesor Marchán Fiz y por eso me permito hacerles una especial recomendación: lean sus escritos, lean sus libros, sus artículos, sus discursos, especialmente el que sigue a esta laudatio, ese es el mejor homenaje que se le puede hacer y el que, a buen seguro, agradecerá más que cualquier otra mundana vanagloria de las que, doy fe, siempre ha huido.
No quiero terminar mi intervención sin recordar a la que ha sido su compañera y su apoyo tanto en los momentos felices como en los complicados, su mujer Loli Quevedo, para ella nuestro agradecimiento por estar siempre ahí, añadiendo la inteligencia, la cordura y el sentido común que solo saben aportar las grandes mujeres.
Y al profesor Marchán Fiz, querido Simón, quiero agradecerle su necesario magisterio, su demostrado cariño y amistad, y su deferencia al aceptar esta investidura que honra a la Escuela de Arquitectura que represento como Director en este Paraninfo, acompañado por profesores y alumnos: ellos serán los que verán germinar en el futuro la semilla intelectual que hoy se planta.
Y a todos los asistentes déjenme confesarles que, como arquitecto y universitario, siento una especial emoción cada vez que entro en el Palacio Santa Cruz, el primer edificio de corte clasicista construido en España, y les puedo asegurar que a partir de ahora me emocionaré aun más al ver en la pared de su severo y hermoso patio el Víctor con el nombre de Simón Marchán Fiz.
Y por todo lo expuesto solicito se proceda a investir al Excmo. Sr. D. Simón Marchán Fiz con el grado de Doctor “Honoris Causa” por esta Universidad.
Muchas gracias.
Doctor Honoris Causa | Dr. Simón Marchán Fiz
MIS COMPROMISOS CON LA ARQUITECTURA Y LOS ARQUITECTOS
Simón Marchán Fiz
Excmo. y Magnífico Señor Rector, Señores Claustrales, del Claustro Universitario, Excelentísimas Autoridades, Ilustrísimas Autoridades, queridos compañeros y alumnos de Arquitectura, Estudiantes, Señoras y Señores.
En este solemne acto, expreso mi más profunda gratitud a aquellas personas y órganos de Gobierno que han propiciado mi nombramiento como Doctor Honoris Causa por esta vetusta y otrora también mi “alma Universidad”. En primer lugar, al Magnífico Rector, el Profesor Daniel Miguel San José y al Consejo de Gobierno que tuvieron a bien aprobarlo y, permítanme, de un modo más próximo y emocionado a la E.T.S. de Arquitectura, que inicialmente propuso mi candidatura.
Tanto a mi predecesor y activo Director, el profesor Darío Álvarez Álvarez- a quien me faltan palabras para agradecer las tan afectuosas y sentidas que acaba de dedicarme-, y al Departamento de Teoría de la Arquitectura y Proyectos Arquitectónicos, como a todos los miembros de la Junta de Escuela, pues sin el entusiasmo de los primeros, armonizado con la generosidad de los segundos, no hubiera sido alcanzable este gozoso desenlace. No oculto que, turbado por esta celebración, acepto con agrado la distinción, me siento muy feliz y enarbolaré con orgullo la orla de mis plausibles merecimientos.
Me ha alegrado sobremanera que mi candidatura se decidiera por unanimidad, pues tal vez este detalle trasluzca que las complicidades y los lazos con mis contemporáneos – actuales profesores y bastante de ellos antiguos alumnos- resisten el paso del tiempo, mientras que, no sé si a cuenta de mis esporádicas pero continuadas presencias en la Escuela de Arquitectura, engarzadas cual eslabones de un continuado “como decíamos ayer…”, parecen renovarse con los nuevos. A los primeros los retengo casi grabados en los afecto, a los segundos los incorporaré a mis memorias.
Inmerso en esta floresta en la que rebrotan mis vivencias y caros recuerdos, mis emociones y agradecimientos, comprenderán que mi discurso no se despliegue de un modo aséptico, con un distanciamiento brechtiano, sino agitado por las ramas de los afectos que en estos momento me inundan. Todo me anima, pues, a entretejer hechos objetivos y experiencias subjetivas con el fin de trazar con gruesas pinceladas mis compromisos, casi idilios, con la arquitectura y los arquitectos; especialmente, con los de esta Escuela de Valladolid..
¡Y, ahora, hablemos de arquitectura!
Si aceptamos que es un arte del espacio en la ciudad y en el paisaje, parece muy provechoso entrar en un contacto directo con sus obras. A sabiendas de que in situ no siempre nos entregan, como se lamentaba el añorante Hegel, “la primavera y el verano de la vida ética en que florecen y maduran, sino solamente el recuerdo velado”, en sus presencias se inhalan las fragancias en las que, como glosara el poeta de la Invitación al viaje, “se alargan las horas en el infinito de las sensaciones”. Es decir, se captan y gozan en un percepción estética prolongada en la que intervienen tanto los ojos como el cuerpo. En la estela del Grand Tour de los Ilustrados ingleses y alemanes, concedo por tanto enorme valor a los viajes y, aun falto del equipaje y los servidores que se los aligeraban, los emprendo cuando la situación me lo permite. En particular, a través de Europa o “driving across North America”.
En la confluencia de las experiencias cosechadas en la percepciones directas y las interpretaciones a través de cedazos epistemológicos y estéticos, trazaré ciertos itinerarios, físicos y mentales, que recorrí durante el tiempo que fui docente en Arquitectura, aunque con algunas flechas que apuntan a la actualidad.
En este Paraninfo tuve el honor de inaugurar el curso académico 1981-1982 con la lección: La “condición” postmoderna en la arquitectura. Instigado tanto por las inquietudes disciplinares como por las predicciones sociológicas en The coming of post-industrial society (1973) del crítico cultural D. Bell, distinguía entre la “voluntad figurativa” y, al decir del filósofo francés entonces de moda, J. F. Lyotard, La condition postmoderne (1979).
La arquitectura se balanceaba entre el orden perdido y las nostalgias por recuperarlo, entre la diseminación de las maneras del free-style classicism o del clasicismo postmoderno en el mundo anglosajón y las plausibles codificaciones en Europa. Tensiones similares se traslucían en la práctica del proyecto entre la desinhibición o la fine del proibizionismo y la disciplina. La Strada Novissima bajo la sombra de Serlio, que acababa de enarbolar la Bienal de Venecia (1980) en La presencia del pasado, era como un escaparate en donde desfilaban los modelos que, si no fuese por las maneras novedosas en sus arquitecturas, lo hubiéramos confundido con una calle de las Naciones en una Exposición Universal del siglo XIX, si es que no con el Sueño del Profesor (1848) que acariciaba Charles R. Crockel con todas las arquitecturas del mundo.
Nostalgias del orden perdido y recuperación de la disciplina que habían renacido unos años antes en el rigorismo de la Tendenza. Un grupo italiano que, inspirándose en la idea de Arquitectura de A. Rossi en La arquitectura de la ciudad, se había aglutinado en la XV Trienal de Milán con ínfulas adanistas de refundar la arquitectura; de fijar unos nuevos “principios lógicos” y “elementos constantes”, que parecían emular a los que el Abate Laugier, en El ensayo sobre la arquitectura (1753), había apilado en la cabaña primitiva.
En el clima cultural italiano, sin embargo, las pretensiones sustancialistas, si es que no metafísicas sin más, eran atemperadas tanto porque enlazaban con la historia de las arquitecturas racionalistas italiana, alemana y soviética de entreguerras, como debido a que aceptaban la especificidad de las disciplinas artísticas y la autonomía relativa de las artes que defendiera A. Gramsci en el plano político-cultural, así como el fructífero cruce entre el formalismo y el marxismo que auspiciara en La crítica del gusto el esteta Galvano della Volpe, ambos muy respetados por los arquitectos italianos.
A pesar de las distancias que separaban las expectativas creadas en el proclamado retorno a lo concreto y las realidades construidas en las ciudades italianas, las influencias de Tendenza , en particular a través de los análisis en torno a la arquitectura y la ciudad, avivaban con distintas cadencias la pasión por una disciplina sustantiva en nuestras Escuelas y territorios. Más allá de que discurriera por itinerarios, como el proyecto clásico, los clasicismos estilísticos y no estilísticos, los vínculos a lo local y a los contextos gallego o vasco, si es que no a un realismo posibilista, la especificidad recuperada actuaba como una suerte de pacto tácito que reconciliaba a antiguos y modernos, a la “segunda generación” moderna y a las nuevas, a arquitectos y urbanistas, que ya es difícil.
La autonomía relativa, mientras tanto, estimulaba a revisar sin los prejuicios ideológicos o sociologistas de unos y de otros arquitecturas de la postguerra como los Pueblos de Colonización y los “poblados dirigidos”, si es que no el Barrio Girón, y ciertos hitos singulares, como las Universidades Laborales y el Edificio de Sindicatos en el Paseo del Prado ¿Actuaba únicamente la corriente italiana como una crítica operativa en la docencia?
Ciertamente, sus dispositivos disciplinares incidieron, con más o menos fortuna, en las nuevas barriadas madrileñas y sevillanas, planeadas por los primeros Ayuntamientos democráticos, en gobiernos de coalición bien conocidos, que intentaban dignificar las arquitecturas de aluvión en las periferias, aquel funcionalismo ramplón que se había aliado con los hechos burdos de la producción. Con estos mismos empeños tendrán que ver las plazas “duras” y las intervenciones en los aledaños de Barcelona, cuyos desenlaces, azuzados por las Arquitecturas bis, culminaron en las colmataciones e intervenciones con ocasión de los Juegos Olímpicos del 92.
En la Castellana, en cambio, la avenida hacía gala de una disciplina plural en eslabones como el Edificio de Sindicatos, La Unión del Fénix, las Torres de Colón, Torre Europa, Torre Picasso, Bankunion, Banco de Bilbao. Bankinter como última novedad disciplinar etc. Se han dado muchas vueltas en sus análisis; incluso, la que a unas tempraneras horas de un luminoso noviembre de 1980, tuve el placer de realizar con el profesor Julius Possener. Emocionado con lo que veía a su paso, rememoraba los recuerdos de cuándo acompañaba en gélidas mañanas berlineses a su admirado Mies van der Rohe en las visitas de obra a la Nationalgalerie y cómo el mítico arquitecto, meciéndose inquieto en la silla de ruedas, se guiaba no tanto por los fríos cálculos y las técnicas cuanto por las intuiciones y percepciones para fijar de un modo definitivo sus pilares.
Precisamente, este andarín arquitecto y gran historiador nos agasajaría como guía en el viaje de estudios que realizamos en 1985 a Berlín alumnos y profesores de nuestra Escuela. Todavía impresionaban las heridas de la ciudad dividida y sospechábamos que en el triste paso de Charlie Point todos quedábamos fichados y había muchos espías- ¡imaginaciones sin duda ciertas!- Mientras algunos se sentían atraídos por la moda tan berlinesa de “los hombres de negro” como uniforme de arquitectos, en este contacto, para muchos primerizo con el Movimiento Moderno, a todos nos afectaron los benéficos efectos que todavía surtían los elementos primarios e hitos urbanos, si es que no los hieráticos monumentos que, a veces oscurecidos o arrumbados en lúgubres enclaves, se transfiguraban en alegorías de las supersticiones modernas en la historia política europea y la misma arquitectura.
Aunque en sus muros pervivían ciertas improntas bélicas, Berlín ya no estaba asolada por las ruinas, proseguía una interminable reconstrucción y se mantenían en pie arquitecturas míticas como las domésticas de Muthesius, las fabriles de P. Behrens, las urbanas de Mendelsohn, la Le Corbusier-Haus y las Siedlungen de B. y M. Taut, Gropius, Scharoun, Häring etc. Si en el Ost la proletaria Karl Marx Allee -admirada por el mismo Rossi- emulaba al Ring de la Viena burguesa y se prolongaba en bloques a lo Hilberseimer, en el West el Barrio Hansa, planificado al modo organicista de los veinte en el parque Tiergarten por W. Gropius, exhibía el primer repertorio de arquitecturas modernas singularizadas, mientras que, más próximos al Muro, se alzaban dos iconos que resumían la continuidad fáctica con el Movimiento Moderno: la citada Nationalgalerie racionalista de Mies y la Filarmonie expresionista de Scharoun.
Estos fueron, entre otros, los escenarios visitados, a los que se añadían las primeras realizaciones de la IBA. Si a pesar de las destrucciones bélicas, entonces Berlín seguía siendo un escenario privilegiado de la modernidad bruscamente desmantelada y ahora recuperada, desde la caída del Muro en 1989 hasta el presente se ha ampliado como un campo de pruebas único en Europa y de atracción para los artistas.
La renovación urbana ha remodelado el trazado “pintoresco” en sus perspectivas paisajística, mientras la restauración y la reconstrucción crítica han actuado por igual en los monumentos y el tejido compacto del Berlin-Mitte, incrustando arquitecturas rehabilitadas y nuevas. A su vez, los “vaciamientos” (Auflockerungen) extensos que se habían liberado en el cordón del Muro y otras partes de la ciudad son los escenarios en los que, junto a las arquitecturas históricas recuperadas y del Movimiento Moderno, se reencuentran y compiten con las realizadas durante los últimos treinta años. Variadas en las morfologías mantienen relativamente las tipologías, los volúmenes, la escala y el contexto en una coexistencia de maneras: modernas tardías, neoracionalistas, rigoristas, “tendenciosas”, clasicistas, postmodernas de variados disfraces, minimalistas, deconstructivas, tecnológicas, neomodernas; incluso, de una “Nueva Simplicidad (Neue Einfachheit) muy germánica que, aunque sin la precisión ni la dureza, recuerda la Neue Sachlichkeit de antaño. Bastaría mencionar iconos como el Reichstag, el Museo Judío, el Monumento al Holocausto y los rascacielos en torno a la Potsdamerplatz.
El desfile de las arquitecturas plurales, aunque en ocasiones recuerde los telones de la ciudad Potemkin y una “precesión” de los “simulacros” a lo Baudrillard, recupera la disciplina y el carácter ecléctico de una capital europea desde el siglo XIX, anticipando los equinoccios de las sensibilidades actuales. Berlín es un caso excepcional que supuso una inflexión a favor de una recuperación de la historia propia cada ciudad, de su locus o site specific. Ha sido también la tónica en Hamburgo, mientras la City de Francfort parece emular a un Manhattan chato avasallando a las preexistencias. Si a partir del 92 Barcelona se transformó en epítome de la ciudad europea, algo que no sucedió tras la Expo en Sevilla, o Bilbao viene aprovechando los “vaciamientos” de la Ría para erigir nuevos monumentos de la superstición, Madrid todavía duda a qué carta quedarse en el “vaciamiento” de Chamartín. y la remodelación de otros enclaves, por no abundar en el apagón de nuevas arquitecturas salvo las que se orientan a Barajas..
En el escenario norteamericano la recuperación inicial de la disciplina era impulsada por los casi olvidados New Yok Five Architects, que postulaban una “abstracción tautológica”, bellísima pero desligada de los usos y contextos, en la que, como sentenciara Wittgenstein en el Tractatus, “se eliminan las condiciones de concordancia con el mundo”. Salvo episodios esporádicos, acabó siendo casi una anécdota que sus miembros se encargaron de borrar, migrando pronto a otras recuperaciones. Más receptivo a las realidades históricas y vulgares, Robert Venturi, que tampoco se luciría en las realizaciones de Houston o Los Angeles, en Complejidad y contradicción en la arquitectura (1972) delineaba, en cambio, a partir del Manierismo romano y tensionando ambos términos, el itinerario de la disciplina a partir de su historia o, lo que es lo mismo, incorporándola como material del proyecto.
En los primeros momentos el viraje se dejo sentir en los círculos académicos y, apenas, en los profesionales, pero los “efectos manieristas” contaminarán otros itinerarios hasta el presente. En particular, cuando en Aprendiendo de Las Vegas asociara la complejidad y la contradicción con el simbolismo y las metáforas olvidadas de la forma arquitectónica. La recuperación de la disciplina quedaba confiada a la resemantización de la “arquitectura como mas-medium” – se vivía el momento álgido de la Semiótica- que después no haría más que vulgarizar el volandero Ch. Jencks en El lenguaje postmoderno de la arquitectura.
La resemantización y los lenguajes mutantes eran bien recibidos en el escenario norteamericano, cuya modernidad no solía cuestionar, como la europea, los historicismos ni los eclecticismos. Representaré la situación en una trama de tres actos que se desarrollan a medio camino entre la ficción y la realidad. Tal vez algunos recuerden El Manantial (1949), una película de King Vidor en la que Dominique (Patricia Neal), mujer del dueño del periódico The Banner, se enamora ciegamente del arquitecto Howard Roarke (G. Cooper). La aventura se enreda y alcanza el cénit cuando Dominique, instigada por su amado, dinamita el complejo de viviendas Enright (¿Wright?). ¿Razones de la acción terrorista? Proyectado por este arquitecto proteico siguiendo los imperativos del “modernism” europeo, aunque firmado para disimular la comprometida situación por un colega mediocre, había sido sometido por sus promotores a alteraciones historicistas y neoclásicas, inaceptables para la ortodoxia purista que legitimaran entre las élites newyorquinas H. Hitchcok y el mutante Philip Johnson en The International Style (1932).
En un sofocante día de julio de 1972, a la hora nietzsceana del gran mediodía, cuando el tiempo parece suspenderse y la hora transfigurarse en un enigma, en St. Louis, Missouri, es dinamitado el conjunto Pruitt-Igoe de 33 bloques con más de 2.000 viviendas, bellas muestras del Estilo Internacional. Se situaban curiosamente a escasa distancia del Wainwright (1891) de H. Sullivan y, siguiendo las pautas de la segregación racial, habían sido diseñados por Minoru Yamasaki poco después de que Dominique dinamitara el proyecto historicista.
¿Razones? Tras haber sido presa de vandalismo por parte de sus inquilinos, negros en su mayoría de la zona Pruitt, a causa según unos de lo insoportables que les resultaban los corredores largos y anónimos o la falta de espacios privados; pero, en opinión de los más cultos, entre los que se encuentra el narrador Ch. Jencks, debido a que habían sido diseñados en un lenguaje purista que no concordaba con los códigos arquitectónicos “sucios” de los usuarios. ¡Los códigos parecían ser el problema para las élites! Como he visto no sólo a las orillas del Mississippi, el vandalismo ha sido y es un comportamiento nada inusual en las viviendas sociales. Proyectadas con la mejor intención a la manera de los bloques exentos de Hilberseimer en la ciudad vertical, se encuentran en zonas segregadas socialmente, mientras que, cuando emulan de un modo bastante banalizado la “ciudad jardín” de Le Corbusier, suelen ser reservas valladas en las que se encierran las clases medias blancas. Ciertamente, a Yamasaki la dinamita y los explosivos le han amargado la vida, pues, aunque en la Torre Picasso de Madrid ha tenido suerte, sabemos qué sucedió en las Torres Gemelas.
En 1980 M. Graves proyectaba el Portland Building, Oregón, y después otros similares en varias ciudades, abandonando los ideales modernos y su “abstracción tautológica” anterior en favor de las apropiaciones y las citas historicistas. Su colega de los “blancos”, como así se moteaba a los Five Architects, P. Eisenman, aprovechó el gentilicio para proclamar no sin amargura y con ironía que en esta conversión a los impuros, a los “grises”, su compañero deambulaba entre The Graves of Modernism.
Tal vez no exageraba, pues, cuando en los años noventa visité una de sus obras emblemáticas, la Biblioteca de San Juan de Capistrano, CA., me defraudó no sólo porque es un refrito formal con guiños al orden y de mala construcción, sino por lo poco que se eleva en una expresionista “corona de la naturaleza”, con la que me había topado en las revistas. Recatadamente preferí perderme entre las ruinas de la Misión homónima de Fray Junípero Serra. Una impresión parecida sentí cuando poco después contemplé in situ la arbitrariedad formal, las malas calidades constructivas y ambientales de otro icono postmoderno: la Piazza d’Italia en Nueva Orleans, pues, si no hubiera sido por callejear el Barrio francés y recrear las emociones al recorrer la calle por la que se deslizaba Un tranvía llamado deseo, hubiera huido despavorido.
En los umbrales de los noventa la dualidad Europa/América pendulaba entre la recuperación neorracionalista de la disciplina y la semiótica vía la resemantización, entre los nostálgicos del orden y los abandonados a la diseminación. A no tardar, cundía en todos cierta sensación de indiferencia hacia las maneras formales y confluían en un punto de encuentro epistemológico: el eclecticismo. Si hasta entonces era considerado por los rigoristas europeos poco menos que un insulto, estaba siendo operativo en Berlin y en las mutaciones de ilustres arquitectos. Por lo demás, había sido y era hegemónico en la mentalidad americana. Únicamente que a partir de ahora se desdobla en un eclecticismo más racional y comedido, realista y posibilista, y un eclecticismo radical y exacerbado, en donde la disponibilidad sobre los materiales de la historia será cada vez más antojadiza y arbitraria.
En América las arquitecturas enarbolan cual signos distintivos las competencias formales como trasunto de las simbólicas, mientras los tejidos urbanos regidos por la retícula hipodámica en planta son una suerte de palimpsesto en cuyas secciones se superponen las escalas y se conservan las improntas de las sucesivas estratificaciones. En los días nevados y gélidos de Chicago, azotados por el factor viento, observaba a veces desde mi ventana cual flàneur baudelairiano e impresionista, el uso frecuente de la pala quitanieves que fascinara a Duchamp y las capas de una arqueología de ocasión en terrenos de nadie antes de que las alturas escalonadas del Loop coronaran la ciudad.
En un downtown cualquiera los racimos de rascacielos encarnan una tipología urbana que no es posible ejecutar sin las tecnologías más avanzadas, pero en sus pieles muestran una asombrosa indiferencia hacia los estilos y las maneras formales. Lo llamativo, no obstante, estriba en que, en virtud de esta indiferencia, se afirma la singularidad de cada uno de ellos. Tal vez, junto a la permanencia de la retícula, es su rasgo más distintivo respecto a la ciudad europea.
Curiosamente, la concentración de torres vigía en San Gimignano sugería los brotes de esta tipología. Si en la bellísima villa toscana las familias adineradas competían en su número y alturas para exhibir el poder y la riqueza, lo mismo ocurre desde el siglo XIX hasta el siglo XXI en la ciudad americana. La competencia simbólica que entonces se transformaba sin tapujos en económica y una ostentación del poder, ahora lo es de la financiera. Inspirándose en las torres medievales y el expresionismo visionario, a veces los llamaban las “catedrales del negocio” , si es que no Cathedral of Learning, como la de la Universidad de Pittsburgo.
Desde el concurso para el Chicago Tribune (1922), a los arquitectos europeos del “estilo internacional” en ciernes no les resultaba fácil asimilar que las maneras figurativas se transfiguraban en competencias simbólicas. Como no lo entendería Le Corbusier cuando, como si de uvas verdes se tratara, lanzó aquella boutade de que los rascacielos eran poco altos y chatos, obteniendo como consuelo ser asesor de su discípulo O. Niemeyer en la sede de la ONU. Hasta Mies van der Rohe, tras erigir el bellísimo Seagram de la Park Avnue en sana competencia con los que le rodean, si le permiten intervenir a discreción en el Loop de Chicago, se carga la ciudad americana. El nudo de las incomprensiones radicaba en que la modernos europeos, no creo que los actuales, pretendían sustituir los tipos por los modelos de la reproductibilidad técnica a lo W. Benjamin en la lógica de la racionalización productiva capitalista o del Plan.
En la ciudad americana, como si de una dadaísta falta de estilo se tratara, el contexto es la ausencia de contexto o el contexto de las disonancias, la “ciudad collage”. La misma que se apreciaba otrora desde la cumbre de las Torres Gemelas y ahora desde el Empire Building, la Sears o la Hancock Towers en Chicago, por no mencionar las perspectivas a vista de pájaro desde un helicóptero que nos deparan algunas películas. Sin embargo, en los umbrales del nuevo milenio los condominios de Chicago, Las Vegas y otras ciudades escoran a una banalización funcionalista, mientras en las “New York Heights” las penthouses sustituyen a las oficinas corporativas, alcanzando alturas inesperadas y una esbeltez a las que parecen emular los moradores ligados al capital financiero, cualquier “lobo de Wall Street”.
A finales del siglo pasado se constata que la estética de la producción, que configuraba a la arquitectura moderna, es desplazada por la estética de la recepción, de igual modo que si hasta entonces la formalización de los parámetros modernos era la figura epistemológica que presidía el proyecto, ahora este empezaba a ser guiado por el paradigma de la interpretación. Asimismo, mientras los europeos no perdían la esperanza de hallar estructuras profundas en las arquitecturas y, como si practicaran la Hermenéutica de Gadamer, alcanzar “significados últimos” y veladas certezas – la arquitectura fuerte-, los americanos se columpiaban en las interpretaciones “débiles”, siempre aplazadas a lo Derrida y, bajo la égida de las arbitrariedades frente a las convenciones , los “free style” de cualquier condición se prestaban a ensayar los “juegos de los lenguajes” , a los que nos invitara el segundo Wittgenstein.
Los restos del naufragio rigorista y las arbitrariedades postmoderna acabarán sirviendo curiosamente al mismo señor: Rossi en la Disney Development Corporation de Celebration (1995) y Graves renaciendo de sus ruinas en el Walt Disney Resort (1990) de Orlando. Entretanto, apagados los resplandores del “pop” del neón, la “arquitectura como “mass-medium”, como se diera cuenta R. Venturi fascinado por el Caesar Palace, no se consuma en las arquitecturas elitistas del free style postmodern, clasicista o no, sino en los megaresorts que invaden Las Vegas en los albores del nuevo milenio.
Sin detenerme en esta parada, glosaré a vuela pluma cómo el Disney World de Florida se aliaba en Las Vegas cada vez menos con el gambling o juego con dinero y más con el gaming o divertimento de masas, espoleando una simbiosis entre la arquitectura y el entretenimiento: la Architainment, nueva versión barroca del pixel digital. Sintoniza con el retorno de la narratividad en novelas postmodernas como como Ragtime y el Book of Daniel de E.L. Doctorow, mientras desde la “disciplina” recurría a las réplicas simuladas de los referentes históricos y las condensaciones en unas arquitecturas miniaturizadas que comprimen en un solo megaresort ciudades condensadas, ya sean Nueva York, Paris, Venecia .
En ellos, como vislumbrara F. Jameson desde El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado (1991), “se nos condena a buscar la Historia mediante nuestros simulacros e imágenes pop de esa historia, que permanece siempre fuera de nuestro alcance”. A mediados de la década, sin embargo, los casino de Mr. Wynn, la neomoderna Torre Ivana Trump de un funcionalismo esmerilado y el conjunto “deconstructivista” de Crystals at City certificaban el agotamiento del Postmodernismo.
En las artes recientes, el “pop” y el Minimalismo han sido como la la cara y la cruz de una misma moneda lanzada a expensas del lenguaje visual. El lanzamiento se renueva en las arquitecturas “fin-de-siglo”: la aventura un tanto caótica y precipitada con los mass-media y el deleite en los seductores juegos de las simulaciones en el free-style y la Architainment en Las Vegas, son el correlato de la reflexión un tanto ensimismada y atónita sobre el grado cero de la arquitectura que inaugurara el les is more de la Farnsworth House en el bosquecillo de Plano, que hubiera hecho las delicias de Thoreau si lograba librarse de los mosquitos.
Ahora renacía como una segunda recuperación abstracta de la disciplina bajo el marchamo de un “postminimalismo” flexible en sus arquitecturas: paramentos con imprimaciones figurativas, recurso a los materiales del lugar, adaptaciones al paisaje natural o implantándose con orgullo en el lugar cual villas de Palladio en el Véneto, si es que no acomodándose con dificultades a las exigencias de un contexto urbano. En este suelen ser insolidarias a no ser, como en el caso de numerosos rascacielos desde los años setenta, que se lo consienta “la ciudad collage”.
Las reconocemos en los escenarios recientes de las arquitecturas suiza, española, nórdica, portuguesa y americano-japonesas. Creo que se ha convertido en una sensibilidad ambiental, difusa, desparramada por unas arquitecturas de lo posible, ligadas en sus sencillas geometrías a las vernáculas. Es plausible tropezar con ellas en Cataluña y Galicia, Alicante y San Sebastián; creo que también en Castilla y León. Pero, cuanto más conozco Portugal, más me fascina ese minimalismo austero y quieto que uno encuentra en cualquier rincón de su geografía e impregna las obras de conocidos arquitectos, rasgadas en sus interiores por ráfagas de luces cenitales que acentúan el extrañamiento tectónico-expresivo y poético. A gran escala, si en su memento no tuvo la fortuna de materializarse en el Centro Cultural de la Alhóndiga (1989), sacrificado al Guggenheim, en el Kursaal logra una síntesis brillante entre los volúmenes minimalistas compactos e inclinados en diagonal, la fragmentación y un suave contextualismo que alinea el basamento a lo largo de la calle.
En la exposición Deconstructivist Architecture (1988) en Nueva York, el suprematismo dinámico de Malevic, las diagonales de El Lissitzky y las arquitecturas de Melnikov inspiraban la tercera recuperación abstracta de la disciplina. Inicialmente se limitaba a descomponer de un modo enfático las referencias de los rusos, pero, casi a excepción de los trazos zigzagueantes y dramáticos de la herida abierta por el Holocausto en Berlin, da la impresión que apenas sirvió para rellenar de “follies” nuevos jardines.
El escenario, sin embargo, en donde la arquitectura deconstructivista es lo más normal, “pop”, se encuentra en Los Angeles. Ciudad por antonomasia de la well tempered acrhitecture, la reproduce con pasmosa naturalidad mediante las técnicas de bricolage, culto o espontáneo, que describe Lévi-Straus en el El pensamiento salvaje. Un bricoleur es cualquier persona que trabaja con sus manos y utiliza medios desviados en comparación con los del arte: alejado también de los usos tecnológicos, opera con fragmentos de obras, sobras y trozos, siguiendo el juego de arreglárselas con lo ” tiene a mano”. El Gehry del primer período no se entiende sin tales prácticas, pero, tal vez, todo arquitecto culto se transforma en un bricoleur cuando en las restauración y las intervenciones en las preexistencias construye al modo de Duchamp sobre lo “encontrado”, sobre lo ya construido.
Con el fin de legitimar la Deconstructivista Architecture de salón, sin embargo a los elitistas de Nueva York no se les ocurrió otra idea que invocar la “deconstrucción”. Una apelación que no le hacía ninguna gracia a su mentor, el filósofo J. Derrida, como comprobé en una Mesa celebrada en abril de 1997 con su participación en la Escuela de Arquitectura de Madrid, cuando subió el tono indignado porque alguien, un tanto angustiado, le pedía consejos sobre qué hacer en arquitectura. ¡No estaba allí para impartir clases de ética a los arquitectos!
La pedantería de los newyorquinos obedecía al oportunismo o a no entender que la deconstrucción no era ni es una poética de la arquitectura cuanto una técnica general de una interpretación plural, nada unívoca, que queda siempre aplazada. Sólo era plausible cual metáfora de la “descomposición” formal heredada del constructivismo, pero era aplicable a otras arquitecturas.
Tan poco debían de estar convencidos de su poética que, cuando se generaliza el diseño por ordenador en la pasada década, los otrora deconstructivistas, hasta entonces inclinados hacia la diagonal, cambian de posturas hasta encorvarse tal vez en demasía. En una exposición de Zaha Hahid en el Guggenheim de Nueva York me sorprendió que apenas había ejecutado los trazos violentos, mientras tenía apalabrados en España la mayoría de los nuevos proyectos. No obstante, la inflexión hacia la suavidad de los alabeados venía incubándose desde el Guggenheim de Bilbao como si cual barco se deslizara por su Ría o abriera los volúmenes como una botella de Boccioni en el espacio.
Desde entonces los pepinillos compiten con la Catedral de San Pablo o con la Sagrada Familia, mientras los volúmenes del Disney Concert Hall en L.A. brotan cual flores del árbol de Josué en el desierto de Mojave; en el Golfo Pérsico crecen las ramas de los palmerales de islas artificiales, mientras despliegan al viento sus velas los nuevos rascacielos. Y mientras reconvertidos “minimalistas” ponían el nido del pájaro en el Estadio Olímpico de Beijing, en el nuevo WTC de Nueva York el pájaro ha despegado el vuelo, por no recordar las marcas de los arañazos o escupitajos de lo “informe” a lo G. Bataille en las distorsiones y las fracturas de La Ciudad de la Cultura en Santiago de Compostela y los pliegues que destartalan la caja, tradicional o moderna, recogiendo El pliegue de Leibniz y el barroco de Gilles Deleuze.
No estoy ironizando, sino sencillamente enumerando las metáforas “pop” con las que son presentadas ante el público embelesado la nuevas arquitecturas del espectáculo y de un inédito Manierismo digital: simbiosis entre los nuevos iconos de masas, los alardes de la High Tech manejados por habilidosos flâneurs digitales y sancionados por los diseños de rutilantes estrellas, apuntándose a la filosofía del nuevo pragmatismo, que tanto vale para reparar los destrozos en Nueva York, las colmataciones en la decaída Europa como para plasmar los aires de grandeza en los portadores de la “kandora” blanca cubiertos por el “hatta” en el Golfo o del refinado Hanfu en el país de los nuevos mandarines.
Concluiré mi disertación con unas palabras en las que entrecruzan aspiraciones de la disciplina que impartí: Estética y Composición. He citado a conocidos pensadores. Unos han sido traídos, a veces en vano, para legitimar poéticas; otros han merodeado o enhebrado un discurso sobre la arquitectura, mientras los menos se acercan a un discurso de la arquitectura, al proyecto. Simpatizo con todos , pero me identifico con la actitud de los últimos. Entre ellos, con Ludwig Wittgenstein, pues sí se sabe que el filósofo vienés colaboró con Paul Engelmann, discípulo de Adolf Loos, en el proyecto para la Casa (1926-1928) de su hermana Margarethe Stonborough en la Kundmangasse de Viena; pero, no tanto, que firmó alguno de los planos en los que parece visualizar las escuetas sentencias que desglosara en su Tractatus logico-philosophicus (1921), trazando así una línea que va de Loos a Wittgenstein.
Llegado a estos bordes prefiero no caer en el abismo de una infinitud casi romántica. Apenas he traspasado los umbrales del nuevo milenio y, tan sólo rozado, las arquitecturas en la época de la globalización, pero no los espacios de reacción y de resistencia y, menos, las geopolíticas de la diversidad. Únicamente, azuzado por la curiosidad de olfatear por dónde soplan los vientos largos en la dialéctica entre lo universal y lo particular y en por la convicción de que otras arquitecturas son posibles, me alegra el reciente Premio Pritzker, pues como titulaba un periódico alemán: “La decisión es una sensación”. Seguro que algunos de ustedes reconocen los significados que connota el recurso a este vocablo latino.
Finalmente, toda vez que acepté la invitación del poeta a emprender el viaje, asumiré también los riesgos de sus premoniciones:
“Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias. …
Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino”
(Kavafis, Viaje a Ítaca, 1911)
¡He dicho!
Rector Magnífico de la Universidad de Valladolid | Daniel Miguel San José
INVESTIDURA DOCTOR HONORIS CAUSA DE SIMÓN MARCHÁN FIZ
En los actos solemnes como el que hoy nos convoca, he tenido el placer y el honor de conocer a una gran variedad de profesionales brillantes, en representación de una parte de la sociedad que tiene mucho que ofrecer y a la que nunca podremos brindar el reconocimiento global que merece. Pero hoy estamos ante un caso muy especial.
No voy a intentar enumerar la sucesión de títulos académicos, despliegue de estudios e investigaciones en numerosos países ni, tan siquiera, de distinciones que acumula Simón Marchán Fiz, porque ya lo ha hecho, y de manera brillante, su padrino, el profesor Darío Álvarez.
Lo que sí quiero destacar, del nuevo Doctor Honoris Causa, es su capacidad insólita para desentrañar, analizar y comentar los misterios del arte, lo que le ha valido el reconocimiento como referente internacional en el mundo de la crítica del Arte y de la Arquitectura. Esa capacidad, reservada solamente a un selecto grupo, complementa la brillante carrera de este catedrático de Estética y Teoría de las Artes, en la que ha transmitido ese conocimiento y el resultado de una línea investigadora que no ha pasado desapercibida.
Y quienes vivimos nuestras carreras, por definición, desde el punto de vista científico más prosaico, valoramos de un modo muy especial todo lo que nos resulta inaprehensible y, sinceramente, no se me ocurre ninguna rama del saber más inaprehensible que el arte.
Las artes son esenciales. Son básicas. Son definitorias de lo que somos los seres humanos. Son privativas de nuestra especie. De forma absoluta, el arte es tan complejo y tan global que su propia denominación es masculina o femenina. Deja entrever el alma de quien la practica y de quien la interpreta, pone en evidencia nuestros miedos más recónditos y nuestra pasión más exacerbada al tiempo que nos ayuda a ser menos errantes.
Ese es el medio denso en el que se mueve con tanta soltura Marchán Fiz, dando grandes brazadas en el anverso y el reverso de la esencia del ser humano. Y lo hace para conocer y describir la sensibilidad ante cada categoría estética, los porqués de la belleza químicamente pura, los porqués de la belleza químicamente impura y la teoría y la praxis de cómo no poner puertas al campo al tiempo que parcela y encasilla un instante el conocimiento para poder manejarlo antes de que se diluya.
Siempre que tengo la oportunidad de hablar con expertos que viven el arte y que viven en el arte y por el arte, me aflora la envidia sana por lo que pueden hacer y yo no. Personas como Simón Marchán miran y detectan al instante mil detalles vedados al común de los mortales. Es el resultado y la facultad otorgada por muchos años de estudio, observación e investigación. Por eso resulta tan grato visitar un museo con una compañía bien preparada o, por lo mismo, re-visitar lugares o edificios que creíamos conocer, y que esta mañana, gracias a las palabras del Profesor Marchán, muchos de nosotros hemos visto bajo una luz nueva.
Por añadidura, a este nuevo Doctor Honoris Causa por la Universidad de Valladolid no le ha bastado con hacer aportaciones decisivas como catedrático, escritor y crítico, sino que ha tenido tiempo para desarrollar una faceta de coleccionista de arte solo comparable a su generosidad. Como ejemplo, hay que mencionar su reciente donación de 12.000 volúmenes y 179 obras de arte al Museo de Arte de Santander. Entre esos fondos, obras de Picasso, Tápies, Zóbel o Sempere, y la aportación de otros 6.000 documentos bibliográficos a la UNED de Madrid.
Les confieso, amigas y amigos, que cuando me sumergí en su trayectoria, más allá de la semblanza más conocida, comprobé, una vez más, y como me ha ocurrido en los casos de muchas personas brillantes, el efecto impresionante y extraordinario que produce en las personas la formación con mayúsculas. Facultad de Filosofía de la UNED, Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid y también de la Autónoma, las Escuelas Técnicas Superiores de Arquitectura de Madrid, de Las Palmas y de Valladolid… Estudios ampliados en Bonn, Salzburgo, Santa Mónica, Chicago, Roma, Estocolmo, San Juan de Puerto Rico, Lisboa, cuya universidad, por cierto, invistió al Prof. Marchán Fiz como Doctor Honoris Causa en 2013.
Y es que el tránsito por la vida, aderezado a cada paso por estudio, datos, reflexiones y conclusiones de otros, produce una reacción en cadena para que se generen las reflexiones y las conclusiones propias. Solo con una densa formación y un acopio incesante de datos sometidos a contraste y desafiados por la contradicción es posible observar el mundo y sus fenómenos en toda su esencia y significación.
Por ese motivo, precisamente, las universidades que vertieron su esencia sobre una persona con anhelo de conocimiento, reciben después ese conocimiento tamizado y, sin duda, multiplicado para beneficio de la comunidad universitaria y de la sociedad en general.
El acto que hoy me honro en presidir no es sino la ratificación de ese inexorable nexo de unión entre el conocimiento y el conjunto de la ciudadanía y que, de manera legítima, fluye en las instituciones universitarias que, como la de Valladolid, apuestan por la trasferencia universal del saber y por la formación de personas íntegras, libres, perseverantes y capaces en cualquier orden de la vida. Este legado innato a nuestra propia concepción es lo que ahora, de un modo solemne, ponemos en valor con el sentido reconocimiento a una persona ejemplar.
Simón Marchán ha tenido y tiene una estrecha relación con la Universidad de Valladolid a través de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura. Hoy hemos reforzado esa relación y podemos sentirnos afortunados al poder disfrutar de su valía y de su personalidad, a sabiendas de que estará aún más vinculado a una institución que crece en sabiduría con personas como él. Por eso, con toda sinceridad, muchas gracias por su trabajo encomiable, al tiempo que le doy la mejor de las bienvenidas al claustro universitario del que formará parte como Doctor Honoris Causa por esta Universidad que tengo el inmenso honor de representar.
Suelo decirlo, pero hoy me causa mayor placer si cabe: en esta Universidad de Valladolid que tiene como divisa “La sabiduría edificó su casa”, en esta Universidad que por tanto quiere ser y se reconoce como casa del conocimiento, aquí tiene usted, Profesor Marchán, su casa.
Muchas gracias a todos.
Rector de la Universidad de Valladolid
Daniel Miguel San José
Imágenes del evento | Juan Carlos Barrena – UVa
Vídeo | Gabinete de Comunicación UVa