In Memoriam, desde la Escuela de Arquitectura de Valladolid
Quienes hemos abierto o estamos abriendo los ojos a la luz de la arquitectura en la Escuela de Arquitectura de Valladolid ─ proyectada en 1975 y terminada en 1978 ─ podemos decir que ayer, martes 7 de mayo de 2024, hemos perdido a uno de nuestros grandes maestros: Antonio Fernández Alba.
Crecer como estudiante o profesor al amparo de su magnífico edificio universitario deja una impronta indeleble, síntesis de las aspiraciones profesionales de un ya entonces prestigioso arquitecto y de la sabiduría de un eminente Catedrático de Elementos de Composición. Tanto en una faceta como en la otra, siempre mostró gran aprecio por la Cultura (con mayúsculas) y por el valor de la palabra como medio de reflexión intelectual, lo que le acabaría dando la oportunidad de ser el primer arquitecto en la Real Academia Española.
Su afán de vanguardia, siempre comedido pero pertinaz, le llevó a postularse críticamente contra el racionalismo de posguerra en España, cuando el llamado “Desarrollismo” no había todavía causado grandes estragos en la ciudad histórica (basta leer su premonitorio libro La crisis de la arquitectura española, 1939-1972 para comprobarlo). Esa búsqueda de alternativas le hizo tantear, desde sus inicios profesionales, otras variantes que cuestionaban en los años 60 la vigencia del funcionalismo moderno, fruto del cual es nuestro edificio de la ETSAVa. De igual importancia es su papel como renovador de la docencia en Arquitectura, cuando aún esa transformación institucional no era propicia a los cambios democráticos. Sus reflexiones ayudaron a democratizar las aulas, a difuminar los límites entre docentes y discentes, y a creer que una buena obra arquitectónica ─ como es nuestra escuela ─ puede contribuir a la mejorar la vida de una comunidad universitaria.
Y sí, nuestra escuela logró hacerlo desde su inauguración en plena Transición, lo hace actualmente, y lo seguirá haciendo, aunque tenga achaques, que todos conocemos y padecemos con paciencia, como cuando acompañamos a nuestros mayores. Porque recorrer los pasillos de nuestros departamentos con esas insólitas y decrecientes “bañeras-lucernarios” es transitar por los del californiano y póstumo Marin Civic Center de Frank Lloyd Wright; porque asomarse al vacío central del edificio de aulas y biblioteca es deambular por la Phillips Exeter Academy Library de Louis I. Kahn; porque pasear alrededor del edificio nos lleva a esa primera lección de modernidad wrightiana de los austeros volúmenes de ladrillo de las míticas oficinas Larkin, “aderezado” con algunos gestos postmodernistas; y porque usar sus incómodas ventanas cuadradas nos devuelve a la Chicago window y a los experimentos pioneros con el vidrio para la compañía Luxfer del mencionado Wright ─ siempre su admirado Wright ─, cuando intentaba inventar el muro cortina sin disponer aún de la tecnología apropiada. Nuestra escuela es, en fin, una suma lecciones de arquitectura, un depósito de cultura arquitectónica a cada paso, como lo son todas las obras de Antonio Fernández Alba.
La ETSAVa es también fruto de la propia trayectoria profesional del arquitecto salmantino. De esa etapa inicial en la que tanto destacaron sus edificios escolares, y en donde las leyendas de usos de sus planos hablan otro idioma arquitectónico: “tránsito”, en vez de “pasillo”; “zaguán”, por “vestíbulo”, etc. De la austeridad de aquellas primeras escuelas infantiles y de sus conventos salmantinos se impregnó también nuestra obra vallisoletana. Incluso es una derivada de sus fallidos proyectos de principios de los 70, como el del edificio administrativo del Spanish Trade Centre para Londres proyectado en colaboración con su amigo Juan Daniel Fullaondo en 1974. Por cierto, que a esa relación de amistad debemos la cesión de los fondos de archivo de la revista Nueva Forma a la biblioteca de la ETSAVa, generosamente donada justo antes de ser nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Valladolid en 1993.
Y no solo eso: el magisterio de Antonio Fernández Alba nos caló profundamente en su manera de dibujar, muy reconocible por sus fantásticas axonometrías seccionadas, por sus secciones verticales fugadas o por sus célebres perspectivas caballeras frontales (basta ver las que hizo para el proyecto de la Escuela de Ingenierías Industriales de Valladolid en 1981). Todo este legado gráfico llegó a nosotros en los años 80 gracias a su amigo, discípulo, compañero de departamento y exdirector de nuestra ETSAVa, Leopoldo Uría.
No es este un obituario al uso, pero ¿a qué arquitecto no le agradaría que se le recordase por alguna de sus obras? Desde el dolor por esta pérdida irreparable, valgan estas líneas para animarnos a seguir escuchando a Antonio Fernández Alba a través de lo que cada día y a cada uno nos “hable” nuestra Escuela de Arquitectura de Valladolid.
Rodrigo Almonacid C.